Mirando hacia la Bahía
(Carta a un amigo imaginario)
Foto tomada de la red
Hoy, amigo, te escribo desde la orilla
de un paseo marítimo, sentado en un recodo, bajo el
pretil, donde comienza un barranco de tierra roja arcillo-arenosa. A mis pies,
la playa, con arena dorada, no mucha, mojada, tapizada de conchas trituradas
por el oleaje perenne y ancestral; cantos rodados perfectamente limados por el
azote del mar que los ha redondeado sin prisa, a sus anchas. Entre
la playa y el lugar donde me encuentro, piedras enormes de sujeción
para evitar el avance destructivo del mar; algunas plantas, tales como retamas,
palmitos, pinitos allí plantados, algún
jerguen, lentiscos y otros matojos tolerantes con la salinidad.
Varios
pescadores de caña están
apostados, aguardando pacientemente que pique alguna presa: las mojarras o sus
aristocráticas hermanas, las preciadas doradas, que satisfagan sus
orgullos y les den motivos para la charla,
fanfarroneando con los amigos, con el ánimo
ufano por tan importantes trofeos.
A
mi derecha, el puerto deportivo con sus pantalanes, adonde atracan barcos de
lujo de gente potentada, que andarán no se sabe por dónde
porque allí, a nadie se observa.
A
mi izquierda, los espigones que han retirado el agua de la costa dando
profundidad a las bocanas para que tengan espacio los puntales, las quillas de
los barcos que por aquí
atracan y varan. Al final de uno de estos espigones una imagen en forma de
estatua de la Virgen del Carmen, excelsa marinera; guarda la puerta del mar
mientras a sus hijos navegantes, como madre protectora, pacientemente aguarda.
Algunos
bañistas que se bañan y solazan más
las gaviotas que solitarias o en grupos pasan; los paseantes a pie o en
bicicleta, andando sus caminatas. Todo
ello hace un conjunto particular, con singular traza, propia de estas
latitudes, pintorescas, características de estas plazas.
El
día está luminoso, la temperatura es alta; el
azul del cielo, derramado sobre el azul del agua, da alegría
a la vista y una paz serena, calma, que
invita a soñar paisajes, situaciones, invocando a las musas para
despertar la inspiración y plasmar sobre el papel, unos versos
de rima libre, que se escapan con una
musicalidad audible en el odeón de la Bahía,
donde las innumerables criaturas, vivientes bajo las aguas, cantan a coro, con ritmo unas hermosas baladas, cuyas letras ensalzan la
belleza del entorno, por las poblaciones aledañas,
todas ciudades marineras, presididas por la Tacita de Plata que se muestra
modesta y arrogante, sinérgicamente como una gran diosa alada,
desprendiendo hermosura, exhibiendo preciosas galas.
Observo
cómo los pescadores abren sus nasas para guardar algún
pececillo que se atrevió a picar la carnada, ignorante del
peligro que la voracidad le marca.
Unas
barquitas pesqueras se atreven a meterse unos metros mar adentro, usando otras
artes para lanzar los anzuelos. Los barqueros están
esperando que baje la marea, porque son
aficionados a la pesca del estero, aguardando la bajamar, serenos para capturar
un rancho de variada morralla, de los ejemplares que allí
queden atrapados cuando venga la resaca.
A
mi espalda tengo el pinar, con sus
merenderos, en los que ahora no hay nadie, porque todavía
no acompaña el tiempo. Es en los fines de semana cuando, en familia
acampan los domingueros de las poblaciones cercanas, dando cuenta de las
viandas, entreteniendo a los niños y distrayendo a los viejos.
Salpicando
entre los pinos, se encuentran plantas y matojos diversos, protegidos
oficialmente porque constituyen una riqueza autóctona,
donde el camaleón campa libre, por sus respetos, sin
que nadie le moleste; las lagartijas verdosas corren por los bordes del paseo, metiéndose
entre las piedras con el hocico abierto; el mirlo vuela en comba, cazando los
insectos, negro como el azabache, con su pico amarillo que parece lleva
postizo.
Hay
veredas de hormigas, cubiertas de un cordón
negro que se mueve incesante transportando grano, carroña
y otros elementos; al mirarlo, uno se marea, pues las hormigas caminan unas en
un sentido y otras en el contrario, tropezando unas con otras, pero sin
interrumpir su incesante faena, la cual
parece que nunca termina, según se las ve, aparentemente, dando un
espectáculo constante, monótono,
invariable.
Unos
abuelos sentados al lado del camino, en un banco municipal, hablan, suponemos,
de sus historias pasadas. Se les ve contentos, sonríen,
charlan en voz alta, se oye alguna carcajada. Uno lleva bastón
y boina imitando una visera que le protege los ojos de la luz hiriente;
otro lleva una gorra a cuadros,
ligeramente ladeada que le da un aspecto noble,
respetuoso; un tercero va destocado, luciendo una enorme, brillante
calva, una cara dignamente arrugada y una voz hermosa, bien templada.. El
cuarto, por último ofrece un aspecto que hace soñar
con el mar, con sus aventuras, con sus largas jornadas, con piratas e islas
deshabitadas de una época ya pasada. Va como un auténtico
marino de relatos épicos, de los que en pipa fumaban;
tiene barba blanca, limpia, larga y muy poblada, ojos azules pequeños
que en la cara le brillaban, cachimba de brezo, labrada y su gorra azul con
botones de ancla; parecía que viniera de la mar, de luchar con
los bucaneros, con aquellos desalmados piratas, una auténtica
figura que en el ambiente desentonaba, pero dándole
orgullo a quienes aman el mar y la actividad que hay en su seno y en sus
puertos. Los cuatro recuentan sus cosas y observan a la gente que transita: hay
quien va en chándal, o en bermudas y camiseta de tirantas; otros llevan las
camisetas xerografiadas en la mano y el torso desnudo, la carne colorada; cada
cual va como le apetece, sin importarle quién
mira o quién se para.
Los
abuelos comentan todo esto; no entienden lo que sucede, pero sonríen
picarones, como si tal cosa, como si nada.
El
Sol me calienta la cara, tengo la vista cansada de admirar tanta belleza y tanta cosa grata.
Decido marcharme y regresar a mi casa. Me resisto porque me he quedado
embriagado. Me voy lleno de paz, de
olores marinos que me relajan, de una experiencia que he repetido muchas
veces, pero que siempre es distinta, pues aunque hay elementos fijos, estos
presentan aspectos diferentes ofreciendo nuevas perspectivas; el complemento
temporal del tiempo, la luz, la humedad, la temperatura, el clima en sí
mismo, le proporcionan matices diversos, únicos,
distintos, que emborrachan a los sentidos y enriquecen el espíritu.
Te
recomiendo la experiencia; es mejor vivirla que escucharla, pues no puede expresarse con palabras. Te invito a
que vengas a contemplarla, pasaremos el día
juntos en compañía de nuestras damas y, disfrutaremos
del evento en su expresión romántica;
luego degustaremos los productos que el mar nos ofrece, según
los restaurantes ponen en sus comandas.
Recibe
el abrazo de siempre. Mis afectos para los tuyos. Recuérdame
a nuestros comunes.
Creada el 20 de Mayo de 2 008
Autor-propietario:
José Teodoro Pérez G.
Como si de una invitación en voz alta se tratara, así tal cual, después de leer esta carta creo que no hay amigo tuyo que pueda resistirse a esta invitación. Recreaste de una forma tan bella y hermosa los paisajes, los momentos, esos instantes que duran lo que un suspiro... Creo que tan sólo me habría faltado la brisa cálida del mar sobre mi rostro, por lo demás con cerrar los ojos creo que lograste compartirme algo increiblemente hermoso y gratificante.
ResponderEliminarUn placer leerte amigo mio.
Gracias FG, la especialidad descriptiva es un género que me atrae bastante y aunque el argumento es totalmente ficticio es verdad que los lugares descritos se parecen mucho a otros reales, así como las situaciones que pudieron suceder tal como se relatan. En fin, una pincelada, un retrato de un hecho probable.
ResponderEliminarEl placer es mío por merecer, a tu criterio tan positivo comentario.
Que tengas una buena noche.
Según lo leía parecía estar en el lugar contemplando la gente y el ambiente tan habitual en muchos lugares. Saludos
ResponderEliminarBienvenida a mi blog, Katiuska. Me alegra que te haya gustado mi trabajo.
ResponderEliminarTe visitaré.
Saludos cordiales.
Amigo José Teodoro, fue un paseo maravilloso por el mar y sus alrededores dónde se percibían los olores y los matices de bellos colores y toda su gente.
ResponderEliminarMe quedé extasiada con la belleza de tus letras...FELICIDADES.
Un afectuoso saludo.
Pastora
Me alegra verte por aquí, Pastora. También me alegra que este microrrelato te haya gustado. De eso se trata: de disfrutar con las aportaciones de los demás.
ResponderEliminarQue tengas una buena tarde de domingo.
Encantado:
José Teodoro