domingo, 23 de septiembre de 2012

Estación pequeña, acogedora





            La estación era pequeña, relativamente pequeña, como corresponde a una ciudad no muy grande, pero luminosa del Sur: Una sala desangelada enlosada de losas grises, paredes alicatadas de azulejo se villano hasta la altura de sus hombros, para alcanzar la altura del techo enjalbegada de blanca cal, sin más ornamento que unas grandes litografías de máquinas de vapor enmarcadas en cuadros acristalados;  dos bancos de madera de listones con respaldares  ¿ergonómicos?,  situados a ambos lados de la puerta de entrada, un papelera y un cenicero de pie, al lado de cada banco, constituían el mobiliario de aquella Sala-Estación de Ferrocarril en aquella pequeña ciudad.
            Frente a la puerta de entrada, había otra, gemela a ella que daba acceso al andén, donde la solería ahora, es de losa de Tarifa y cubriendo al propio andén una cubierta de chapas de hierro pintadas de negro, con tirantas también de hierro y muchos remaches y tornillos para sostenerla. Era la protección contra la lluvia para los viajeros y acompañantes que les acompañaban para  despedirlos al emprender su viaje. La ventanilla para expedición de billetes, los servicios y la cantina, estaban a la izquierda según se entraba al andén; a la derecha quedaba la consigna y la Jefatura-Factoría, cuyo titular o responsable era un hombre de unos cuarenta años con poblado bigote, su gorra de visera roja, el silbato colgado del cuello, barba de varios días y, sin embargo con una cara amable y una sonrisa que invitaban a preguntarle cualquier duda con cierta confianza, duda a la que él respondía con la mayor diligencia, pero era conveniente antes de planteársela, estar seguro de no obtener la respuesta por otro medio, porque  él se extendía tanto en la explicación que terminaba agobiando un poco; de todos modos era educado y correcto.
            En aquella estación solo paraban los trenes de cercanía y algunos muy concretos de carácter regional, podría decirse, pues no estaba considerada como de primera categoría, si así puede afirmarse.
            Con frecuencia los trenes llegaban con cierto retraso, pus lo que allí tenían para da oficial, daban prioridad a todos los demás, incluso a los “ los mercancías”, que estaban destinados al transporte del más variado género de productos, incluyendo animales, en muchas ocasiones.

            El protagonista de esta historia era un chico joven, aún casi adolescente, ¿unos veinte años…? Más o menos, no más. En semanas alternas, la otra la dedicaba a sus padres y hermanos, pasaban los domingos por la tarde un rato en aquella estación. El último tren, el servicio que él utilizaba, tenía su salida oficial a las diez y cuarto de la noche, pero podría sentirse bien servido si lo hacía antes de las diez y media, (así era en tempos, ya pasados la puntualidad del tren, debido a diversos factores; actualmente, afortunadamente no hay problemas de reloj a la hora de comprobar la eficacia del horario de los trenes).
            El joven solía llegar casi a la hora “en punto”, pues le gustaba acompañar a la chica causante de sus visitas  bisemanales a la pequeña ciudad. No obstante, aún le quedaba tiempo para tomar un café en la cantina que estaba atendida por la mujer del Factor-Jefe de estación. Se entraba en ella desde el andén y era una dependencia de la propia vivienda del Factor-Jefe. Tenía un mostrador muy alto de mampostería, cuyo frente estaba también alicatado con azulejo como la estación.  Destacaban motivos propios del ferrocarril: Un tren, cuya máquina lanzaba al aire una espesa columna de humo oscuro, recordando las primeras etapas del medio; unos obreros con cara tiznada alimentando con sus palas las calderas y un “mercancías” cargado de troncos de árboles desramados y alisados. La tapa del mostrador era de madera marrón cuyo aspecto daba cuenta del paso de los años, estaba alabeada con lo cual la estabilidad de los vasos y las botellas, parecía tener peligro. Todo estaba limpio y nada más entrar se notaba un olor a desinfectante mezclado con esencia de pino, lo cual parecía dar garantías de higiene. El café siempre  estaba humeante y aromático: La señora ya conocía al chaval viajero, desde hacía algún tiempo y, siempre le daba algo de conversación mientras se entretenía limpiando el pitorro del vapor de la máquina del café y recolocaba las botellas en la estantería o simplemente, estaba pendiente de sus clientes, pues hay que decir que el lugar era un sitio frecuentado por un público determinado que gustaba saborear las tapas caseras que allí se servían para acompañar las bebidas.
           
            ¿Qué, ya nos vamos? Terminó el fin de semana ¿no? ¿Ya dejaste en casa a tu prenda? ¿Hasta dentro de quince días otra vez?, ¿no? ¡Ay la juventud! ¡Qué bonito! 
            Él, al principio, se sentía incómodo y la consideraba un poco entrometida, pero pronto comprendió que aquella actitud era una forma normal de hablar, y la cantinera solo pretendía hacerle un poco más agradable la espera, por lo cual, disipó sus prejuicios.
           
            El protagonista del presente relato era estudiante universitario, le quedaba solo un año para terminar su carrera; andaba económicamente, más bien “ajustadito”, por lo que para venir a ver a su novia,  se veía obligado a dar unas clases particulares a chicos de bachillerato, además de llevar una representación de artículos de oficina. Ello le ocupaba mucho tiempo, tiempo que para no robarlo a sus estudios, recuperaba quedándose cada noche hasta “las tantas” ante los libros  y apuntes, (aún no había llegado al mundo estudiantil el descubrimiento del internet, ¡Cuánto le hubiera servido!). De esta manera, podía pagarse el viaje, adquiriendo billete de ida y vuelta para economizar; además tenía que pagar la pensión para las noche de viernes  y  sábado, más todo el día del sábado, las comidas  e invitar a “su complemento”, como él la llamaba, al cine o a “tomar algo”, aunque a veces le invitaban  a la comida del mediodía en casa de ella,  y ella misma, a veces, si los fondos estaban “muy apuradillos” contribuía en los gastos comunes.

            Normalmente la chica, no le acompañaba a la estación, porque el tren salía tarde, ella vivía en las afueras en el extremo opuesto del pueblo y no había servicio de autobuses ni nada que se le pareciera, pero cuando llegaba el buen tiempo, a partir de abril-mayo, con ellos se acercaba hasta la estación, otra pareja amiga, que luego iba de regreso con la muchacha hasta su casa, porque ellos también vivían por allí. Había que tener en cuenta que en estos años, todavía, los padres no eran muy liberales a la hora de permitir que sus hijas anduvieran “por ahí” a partir de determinadas horas cuando se daba esta circunstancia,
           
            Tenían la costumbre de llegar un poco antes para esperar al tren que se lo llevaba, por más que, a medida que se iba alejando, veía cada vez más pequeño el pañolito blanco con el que ella lo despedía. Un silbido de la máquina, al tomar la curva al salir de la estación, le servía de indicación para saber que su novia, en ese momento, se volvía con sus amigos. Era el momento de empezar a pensar en organizar su programa para mañana y para los días sucesivos “sin ella”, sin ella físicamente, porque su mente estaba totalmente ocupada por su presencia, sus gestos y todos sus detalles. El tren, la distancia no podían romper ese encanto.
           
El cha-ca-chá del tren , era la musiquilla conocida que acompañaba sus pensamientos evocándole unas imágenes que hacían puente entre el recuerdo del recién terminado fin de semana y “los libros” que le esperaban para comenzar sus interminables jornadas, repartidas entre la Facultad, las clases particulares y la visita a algunos comercios del ramo que representaba y la diaria carta, larguísima y entrañable que puntualmente desde el lunes hasta el miércoles de la semana siguiente depositaba en un buzón que le pillaba de paso en su camino hacia el Campus.
            Casi siempre, hacía el camino de vuelta sentado, pues dados el día y la hora, el tren, no iba demasiado lleno; en cambio a la ida, tenía que ir casi siempre de pie, bien porque los asientos estaban ocupados o porque era frecuente que lo cediese a alguna persona mayor o señora embarazada, norma tácitamente establecida como principio de urbanidad y que él ejercía galantemente.
                        El viaje duraba casi dos horas; el tren hacía unas ocho o diez paradas en el trayecto, con lo que llegaba a su destino, sobre las doce y media o la una de las madrugadas. Los viernes, uno sí y otro no, que iba a ver a su novia, se iba al terminar las clases, para llegar al pueblo sobre las seis de la tarde; se alojaba, aseaba ya las siete o así, ya estaba con ella, hasta las diez y media el viernes y hasta las doce el sábado, según las reglas que a ella le imponían en su casa.
            En vacaciones, iba el sábado y se volvía el lunes por la mañana, pues el domingo también podían estar juntos hasta la s doce de la noche.
            El tren fue el medio de transporte que le permitió a esta pareja, vivir su idilio, pues pasó aún mucho tiempo antes de que tuvieran coche propio. Había otros transportes en distintas compañías de autobuses, pero el tren siempre resultaba más barato, además  de ofrecer un horario más amplio y más servicios al día.
            La estación de aquella pequeña ciudad luminosa del Sur, quedó como patrimonio de las vivencias de aquel chaval. Recordar su noviazgo, le traía a la mente de forma inmediata, además de la emoción correspondiente que le causaba la chica que amaba, una fotografía instantánea de la estación, la cantinera dándole “palique” con su escueta y casi calcada conversación cada dos semanas. La otra estación, aquella de la qué él salía para ir a encontrarse con ella, era más moderna e importante, con muchos servicios de oficinas,, restaurante, varias ventanillas, mucho personal desplazándose para acá y para allá…, pero desde luego, ni por asomo era tan acogedora como la otra. El cha-ca-chá de las ruedas en las vías, el pañolito de “su prenda” (como la llamó la cantinera) diciéndole adiós bajo la farola del andén, el silbido de la máquina al tomar la curva indicándole que ella se recogía, las cartas que escribían y recibían y la vuelta a subirse en ese tren lento, pero “su tren amigo”, que le transportaba su impaciencia y sus sueños como mercancía de amor que le llevaba personalmente a la chica que tanto amaba y que a veces, le acompañaba hasta la estación.
Escrito el 25 de Mayo de 2 009
José T.Pérez

domingo, 2 de septiembre de 2012

El fuego


                                           Foto tomada de internet

             El fuego ha representado para el ser humano un paso gigantesco en el progreso, desde el mismo momento en que descubrió la forma de conservarlo y alimentarlo. Ha proporcionado cuatro acciones de mucho peso:
-       Protección contra el frío
-       Preparación de alimentos
-       Defensa contra las fieras
-       Alumbrado durante la noche.
El triunfo definitivo lo proporcionó el hecho de poderlo originar por frotamiento de dos elementos de madera y la yesca seca para que prendiera.
             Hoy, en formas más sofisticadas, seguimos utilizando el fuego y de ¡qué manera! La materia prima es menos, la madera y más ciertos compuestos químicos, entre los que ocupan lugar destacado un grupo de hidrocarburos y la energía eléctrica procedente de distintas fuentes.
             Siempre se empleó el fuego para el bien, aunque no siempre nos hemos librado de  “locos incendiarios” (como quienes condenaban a la hoguera de los considerados como reos, en algunas  etapas de la Historia, por ejemplo; lo de Nerón pudo ser puramente anecdótico, quizá).
             Ha sido y sigue siendo, símbolo de purificación en diversas religiones, que lo utilizan en formas y cantidades perfectamente controladas.
             Pena. (Si es verdad como se difunde por diversos medios) que haya desalmados que lo usan con otros fines, incendiando nuestros bosques centenarios, eliminando especies vegetales que tanto han tardado en crecer y que tanto bien nos hacen:
-       Amparan ,multitud de animales, muchos en peligro de extinción, que terminan siendo extinguidos definitivamente.
-       Sujetan nuestros suelos contra la desertización.
-       Merced a la fotosíntesis mantienen el equilibrio necesario, entre el oxígeno extraído a la Atmósfera para la respiración y el que devuelven generosamente en su vital función clorofílica.
-       Crean una belleza impresionante y única con sus hermosas masas boscosas.
Pena.- ¿Qué escala de valores tan retorcida y desordenada poseen los especuladores (si es verdad como se difunde en diversos medios), que ocasionan estas barbaridades?.
Pena de pirómanos desequilibrados con muy mala leche, descontrolados (si es verdad, como se difunde en diversos medios)
Pena, por la impotencia ¿? de nuestras Administraciones para prevenir y actuar ( si es verdad, como se difunde en diversos medios)
Pena.- ¿Quién nos afirma que este cataclismo, que las llamas de generación asesina ( si es verdad como se difunde en diversos medios), nos traen consigo, y no estarán las alimañas aguardando, acechando como perro cazador a su presa encamada, silencioso, a esperar que los árboles plantados para  repoblar, crezcan lo suficiente para caer sobre ellos y segar nuevas vidas otra vez?.-
Escrito: 12.08.2006
Publicado 02.09.2012
J.Teodoro Pérez