domingo, 28 de abril de 2013

Respuesta convincente




             Era muy tarde. Al menos era muy tarde para mí. Las dos de la mañana no es una hora en la que me encuentre recorriendo las callejuelas de la ciudad donde un olor agrio y un suelo pegajoso daban una sensación de abandono, miseria y marginación.
Me había embarcado en una aventura insospechada. No tenía hábito de ir de copas con amistades nuevas pero conocidas. Por razones varias que no vienen al caso tuve que relacionarme con dos individuos con los que no había tenido contacto alguno anteriormente. Ellos eran cordiales, atentos y me invitaron a una fiesta de chicas y alcohol. El local era un tugurio perdido en lo más recóndito de un barrio escondido con calles estrechas y luces mortecinas donde los gatos abandonados y perros, más las ratas a piaras campaban por sus respetos entre las basuras desparramadas por un pavimento lleno de charcos y socavones de algunas de cuyas tétricas casas surgían ruidos de risas de ultratumba, voces amenazantes y olor a orín y potas desagradables.
Me llevaron dentro; tras pasar una cortina de cadenas atravesamos el parquet de una sala iluminada por luces rojas y azules. Nos acercamos a una larga barra en la que unas chicas en topless fumando algo que no era tabaco, servían las copas, se metían el dedo índice en la boca, se lo chupaban y luego lo introducían en el vaso antes de servirlo al cliente. Una de ellas, morena de gruesos labios con voz aguardientosa me espetó: ¿Qué quieres, viejo?
Ponme un güisqui.
¿De cuál lo quieres?
Me da igual, le dije.
Cogió una botella de una repisa de vidrio, llenó una enorme copa de balón con hielo y me puso una chispa de licor.
Pon un poco más, le indiqué
¿Sabes? ¿Traes dinero?
¿Por qué? Le pregunté
Pues la bebida son 100 , aparte lo que quieras, así te costará
¡Ah, no! Intenté decirle a mis acompañantes que habían desaparecido.
¿Y Fulano y Mengano, los que venían conmigo?
¿Contigo?
Yo te he visto entrar solo, dijo la moza
Chasqueó los dedos; al momento aparecieron dos enormes matones que me cogieron por las axilas levantándome en vilo, diciendo uno de ellos con acento oriental. ¡Paga!
¡Vale!, le respondí. saqué mi billetera pero solo llevaba 50 . Traté de explicar que no me esperaba nada de aquello. Cogieron el dinero, me abofetearon con la cartera mientras la individua de la barra se reía sarcásticamente tomándose mi copa.
             Cuando quise darme cuenta estaba dando con mi barriga en el suelo y un asqueroso cubo de agua de fregar el suelo fue arrojado sobre mi espalda y unas risas robóticas calladas por un fuerte portazo dañaban mis oídos.
             Me levanté y me encaminé no sé hacia donde. No pude preguntar para orientarme porque no me encontraba a nadie por la calle, salvo algunas furcias deplorables y algunos drogadictos totalmente ausentes.
             Deambulando asqueado, impotente, desesperado logré reconocer la calle por la que llegamos. La tomé en sentido contrario, a pie, pues no llevaba coche; vine con ellos. Así anduve no menos de dos horas, hasta llegar a mi casa, casi a las seis de la mañana. Cogí la ropa, la metí en una bolsa de basura, para desconectar totalmente de la experiencia. Me duché dos veces, me puse el pijama, sentándome en el butacón, a oscuras, con los pies en un escabel con la intención de dar una cabezada. No dormí, a la hora habitual, me fui a mi trabajo.
            A aquellos dos amables sujetos, no volví a verlos. Mis escapadas nocturnas, en busca de lo desconocido, habían tenido una respuesta suficientemente expresiva. Tanto que no tuve necesidad de intentarlo de nuevo.                 
    Fui más prudente y refrenado en lo sucesivo.
Creada el 18.06.2007
José Teodoro pérez Gómez
Autor-propietario