domingo, 26 de mayo de 2013

Café "Expresión"

  
 Foto tomada de a red
No sé si fue casualidad. Coincidimos en aquella cafetería, situada en un calle secundaria, próxima al centro de la capital llena de comercios, bares y una pequeña, coqueta plaza con exuberante vegetación, una fuente con varios chorros que cambiaban mostrando evoluciones al ritmo de un carillón. La cafetería mostraba un sabor particular, allí, en otro tiempo, se celebraban varias tertulias culturales, cada una por especialidad, en distintos días de la semana. Su alto mostrador de madera noble., reluciente; sus veladores de hierro forjado, muy barrocos, con tapas de mármol gris–ceniza, veteados, limpios, pero añosos. El “reservado” de los artistas, tanta fotografía “siena”, de escritores, pintores, poetas, toreros, mecenas…; el olor a tabaco de cigarros-puros y de pipa, la vitrina-museo llena de objetos pertenecientes a los tertulianos: plumas estilográficas, corbatas-pajaritas, pinceles, autógrafos, poemas de autores noveles, muletas y banderillas, y, hasta alguna peineta de tonadillera, mantones, etc., además de objetos de hostelería: vasos y copas de otro tiempo, manteles bordados, a los que había que sumar otros muchos utensilios. En lugar destacado, con una plaquita de latón brillante explicativa, figuraba un pergamino del Presidente de la R.A.E.L. A todo ello acompañaban un sinfín de artilugios de vestuario, libros de visitas… Verdaderamente, aquel lugar era pintoresco, interesante, original… En este ambiente tan particular, en una tarde-noche de octubre, lluviosa, cuando el público se retiraba hacia sus casas y un barman detrás del mostrador, con la vista perdida, mirando algún punto del fondo de la estancia, más un camarero que recogía los restos de las consumiciones. Creo que los dos estaban o, cansados o aburridos. Nos quedamos solos, tú y yo. Estabas frente a la barra, cerca de un espejo que anunciaba un coñac conocido: Un hombre muy mayor con barba blanca, muy cuidada y una copa de forma de balón, con el brandy próximo a la barba. Un eslogan hacía referencia a las buenas cualidades del licor. Dabas la espalda a la pared, de manera que dominabas visualmente todo el espacio. Llevabas un vestido rojo “de encargo” a tu medida, del que puedo destacar: su cuello camisero, y el escote alargado, generoso que daba alas a la imaginación para completar lo que guardaba su sugerente elocuencia. Tu media melena, un poco menos, castaña, peinada con estilo; el maquillaje perfecto, los labios del grosor correcto, pintados con un rojo de lujo, perfilados discretamente. Tu estilográfica de bello diseño, en la mano, levantada; tu codo apoyado en la mesa, escribiendo notas en un block, te la llevabas a veces a la boca. Dabas una imagen de persona interesante, con clase, quizás un poco perdida en aquel lugar. Yo me encontraba en el lado opuesto, sentado ante un velador, después del tercer cortado y el segundo brandy. Allí me había llevado la curiosidad y el deseo de recavar información sobre aquel lugar, para mis archivos, con vistas a escribir una novela costumbrista acerca de los cafés-literarios, posiblemente. Tenía que haberme marchado hacía rato , pero dos asuntos me retuvieron: el placer de ver la lluvia , tras los cristales de las puertas y ventanas, labrados en bajorrelieve a cera y flúor con anagramas de las firmas propietarias completados con adornos y rótulos con mucho ringo rango; la otra, como no, tu presencia. Me daba, no sé por qué, cierto pesar irme dejándote sola, sin saber si eras asidua al Café o, habías aterrizado allí por algún interés particular; el hecho de verte escribir, me lo sugería. Levantaste la cabeza discretamente, cuando leíste la nota que te envié con el camarero, la cual transcribo: “ Perdone, Señorita que me dirija a Vd.. Me atrevo a ello porque me da la impresión que, al igual que yo, ha quedado aquí retenida por la lluvia. Si no le importa perder el tiempo con un desconocido, me gustaría compartir un rato de charla, tomando un café en su compañía Si no le interesa mi ofrecimiento, sabré entenderlo”. Atte.: P. Abril Doblaste el papelito, pasando tus dedos por el doblez, con la mirada en él, sonrisa leve y expresión de duda. Yo deseaba que asintieras, mas en aquel momento pensé que rechazarías mi invitación. Los pocos segundos que tardaste en echar tu cabeza a un lado, levantar la nota, asida con tus dedos índice y medio de la mano derecha hacia mí y hacerme un gesto para que me acercase, me parecieron interminables. Tu aceptación me dio ánimos, llenándome de regocijo. Torpemente asentí, levantando el pulgar de mi mano derecha. recogí mi cartera y el teléfono portátil, me dirigí adonde estabas. Tropecé con una de las sillas que estaban a la mesa que yo ocupaba, trastabillando y poniéndome nervioso; prudentemente cubriste tu boca con el dorso de tu mano para evitar que viese que te estabas riendo. Llegué junto a ti, diciéndote: ¿has visto qué patoso?
—¿Te ha pasado algo?
—No, gracias.
Te tendí la mano, que tu estrechaste suavemente con la tuya a la altura de mi pecho. Galantemente la besé en el dorso, mirando descaradamente tus ojos color miel y brillo intenso, preciosos.
—Yo me llamo Jade.
—¿Jade? Ese no es tu nombre ¿no?, ¿nos tuteamos?
—No, ni el tuyo es J. Abril, y sí tuteémonos, por favor. No te conocía personalmente, pero sí tu obra. Si he aceptado que vengas aquí conmigo es por haberte reconocido por la firma. Me interesa lo que escribes; creo que he leído casi todo lo que has publicado.
—Bueno, bueno, me turbas, no creo merecer tanto reconocimiento. Jade…, Te dedicas también a esto de la literatura? Porque no recuerdo haberte leído.
-Sí, pero no me extraña, , porque he publicado poco, aunque tengo mucho material, al que le falta “el montaje”. Hasta ahora he firmado como “Jara Estepa”.
-Ya entiendo lo de Jade…
-Sí, pienso que puede ser más incisivo para el mercado.
-Pues sí. Conozco tus poesías, sobre todo, tus sonetos y décimas a personajes de tu tierra y poemas de rima libre sobre el amor, la libertad…,¡Bellísimos!
—Gracias. Tengo poco danzando por ahí.
Tras hablar de la profesión, más bien de la afición, al menos por mi parte, pasamos a interesarnos por el terreno de lo personal. Así que en unos minutos supimos uno del otro, lo que quisimos contarnos. Tú me pediste sinceridad, y yo a ti lo mismo. Nos enteramos que cada uno vivíamos en otras ciudades y que fue la fama del Café-Expresión, lo que nos trajo a esta capital de provincia, otrora célebre por sus círculos de “tertulias artísticas”. Vimos que nuestro hoteles estaban cerca y que el mío parecía tener un grado más alto de comodidades, por lo que terminamos en habitaciones contiguas del mismo aquella noche y parte del día siguiente y, en la tuya definitivamente las dos semanas restantes que duró nuestro interés por la cultura que se generó en aquellos Cafés. El resto, ya lo sabes, ya lo sabemos; seguimos investigando, en diversos campos y manifestaciones culturales, viéndonos con asiduidad por diversos foros siempre relacionados con la actividad literaria. Y…,¿qué fue de aquel vestido rojo? ¿Guardas la nota que te envié con el camarero del Expresión? Yo conservo el recuerdo de la lluvia en los cristales y la imagen de una chica de media melena, un poco más corta, vestida con traje rojo de cuello camisero y escote alargado sugerente, más el recuerdo de una agradable conversación, e increíbles vivencias en unas fechas concretas, aunque bien pensado, se prolongaron, de alguna manera hasta el día de hoy porque en ellas forjamos las bases de una estupenda amistad.
Creado 30 de Septiembre de 2O07
 Autor-propietario:
 José Teodoro Pérez