miércoles, 27 de marzo de 2013

Cargada de misterio


Ilustración tomada de internet

          Era una tarde de Enero, fresca, pero no fría;  me encontraba en la estación de ferrocarril, esperando la llegada del tren de largo recorrido que habría de llevarme a la capital. Mientras aguardaba la hora paseaba  cortos trechos en un sentido y en el otro para pasar el tiempo. En un momento determinado observé que iba delante de mí, andando muy segura una chica cargada de misterio avanzando por el andén; llevaba un bolso negro de viaje en una mano que según se veía no parecía pesar demasiado. Se paró en el panel de horarios, lo estuvo examinando muy interesada; después de consultarlo, la vi de espaldas andando, llevaba vestido negro largo y sobre él una capa de tres cuartos, negra igual que su sombrero calado; desplazaba con garbo su figura alta, delgada; despertó mi curiosidad pero no pude verle la cara porque la llevaba cubierta con una bufanda también negra, como lo eran sus guantes y sus grandes gafas que dejaban ver una nariz bien perfilada. En conjunto no era estrambótica pero parecía escapada del argumento de una novela decimonónica, como si estuviera fuera de lugar.

Tomó su negro bolso y lo puso al lado de un banco, abrió un bolso de mano que llevaba en bandolera extrajo un pañuelo blanco, lo único que en su equipaje no era negro y que hacía contraste con el resto de su atuendo, lo acercó a su nariz con ademán delicado; un perfume grato invadió el ambiente al momento, guardó su pañuelo y se sentó en el banco cruzando las piernas, luego, con parsimonia volvió a abrir su bolso personal, extrajo una redonda cajita, negra por supuesto, que resultó ser un espejo; sacó también su barra de carmín y mirándose en su minúsculo espejo retocó sus labios, presionó uno sobre otro y con la uña del meñique derecho eliminó una partícula sobrante que quedó en su comisura; con la misma parsimonia guardó los objetos y dejó su bufanda colgando a ambos lados del cuello que, se veía esbelto bajo una bonita barbilla partida muy atractiva, dejando ver también dos largos pendientes, como de azabache; desde el luego eran negros.
Tras observar todos estos detalles y actos me di media vuelta y, despacio aguardé el instante de la llegada del tren que me llevaría más allá, bastante más, de Despeñaperros.
El convoy llegó puntual, tomé el asiento que me correspondió junto a la ventanilla como a mi me gusta para ver el paisaje, aunque dada la hora, esto no tenía importancia. Tomamos la salida, el asiento contiguo al que yo ocupaba permanecía vacío. Unos minutos después llegó hasta él el revisor acompañando a la misteriosa señorita de negro que vi un poco antes en el andén. El revisor le habló. “Este es su asiento y no el que usted ocupó por error en el vagón de más adelante, espero que tenga buen viaje”. Ella le dio las gracias y él sin más se volvió por donde había venido.

Ella colocó arriba su bolso de viaje y se sentó tras desprenderse de su capa dejando abierta una Rebequita negra muy coqueta y un canal de perdición que desaparecía bajo una blusa de amplio escote del mismo color que toda su ropa.

Amablemente me saludó, con una sonrisa sensual que parecía natural circundada por unos labios de mediano grosor que protegían unos dientes bien formados de un blanco relumbrante.

                 - Buenas tardes a todo esto; bueno ya ‘buenas noches’, he tenido una confusión con el coche que me correspondía…, y…, ¡Uf! ¡Vaya lío! Me llamo Cloe y voy a Madrid ¿Y tú?

                  - Su voz era suave, bien timbrada de un tono como de mezzo, muy agradable. La pregunta de sopetón, me pilló de improviso: Contesté a trompicones…, ¿Yo?.., yo me llamo Flavio y sí, también voy a Madrid, espero ser buen compañero de viaje, desde luego no la molestaré; si usted quiere podemos hablar para hacer más corto el camino, pero si prefiere ir a lo suyo, yo estaré mudo.

                - Ah, muy bien, soy muy charlatana y estaré encantada de hablar contigo porque me harto de ir oyendo el MP3 porque se me calientan mucho las orejas y leer me resulta un poco incómodo con el movimiento.

      - Bueno, ya que me tuteas, también lo haré yo, no me importa apear la formalidad.

          -  Ah, muy bien ¿Flavio, has dicho?

          -  Sí, sí, Flavio

          - Pues mira Flavio    estoy haciendo un máster de Public Ralation en la Autónoma porque quiero colocarme en un importante hotel de Sevilla que ya tengo comprometido. Estaré en el equipo de recepción. Solo me falta terminar este curso que ya acabo en Abril. ¿Y, tú trabajas en Madrid? Le di mi respuesta negativa y de esta forma fue transcurriendo el tiempo. Al cabo de oírla hablar por los codos durante dos horas seguidas de sus estudios, de su futuro trabajo, de su familia, de sus amistades, de sus experiencias amorosas, de sus idas y venidas en el tren y yo qué sé cuántas cosas más, me tenía tan apabullado ,que de no haberse quedado dormida,  me habría ido al vagón-bar para librarme de ella. Pasado un rato, también me adormilé. Cuando me di cuenta, ella tenía apoyada su cabeza en mi hombro izquierdo, mientras que ligeramente inclinada hacia mí, su brazo izquierdo cruzaba mi pecho mientras que el derecho descansaba en una de sus piernas y sus senos hacían una presión agradable y comprometida en mi costado. Ante semejante situación no sabía qué hacer porque si se despertaba podía pensar que era un aprovechado por no haberla despertado y, si le llamaba la atención quizá pensara que soy un estrecho. Al final decidí apartar su brazo con mi mano y retirarme hacia la pared del vagón.. Fue cuando se despertó dándose  cuenta del hecho.
- ¡Huy! ¿Huy! Habrás pensado que soy una fresca.
             - No tiene importancia, te dormiste, yo soy un caballero y no supe muy bien qué hacer; te piso disculpas, pero no tengas cuidado.
             - Se sentó bien de nuevo, se agarró a mi brazo y apoyó de nuevo su cabeza en mi hombro, esta vez, voluntariamente.
- ¿Y esto?
- Ah, viéndote así tan correcto y un “poquito” mayor yo me siento protegida contigo porque eres muy amable y muy correcto, como digo.
- Creo que exageras un poco, aunque es verdad que soy un poco, bastante mayor que tú, quizá te doble la edad.
- Se inclinó y me besó en la cara.
-  A partir de aquí la cercanía fue cada vez mayor, tanto que ella me invitó  a que la acompañara a su acogedor apartamento al llegar a Madrid para que le diese un rato de compañía  porque estaba muy sola y yo le “había caído muy bien”, según sus palabras. Podíamos  “tomar algo” y si tenía tiempo libre y me apetecía, podríamos ir a comer a algún restaurante de los muchos que hay en la capital  y después, por la tarde asistir a alguna función  de teatro, actuación musical o a ver una buena película. La situación no era muy habitual, al menos para mí no lo era, pero acepté.
Cloe resultó una muchacha estupenda, por lo educada, correcta y buena conversadora.
Pasamos un día muy agradable. Después de comer, estuvimos un rato paseando sin rumbo, después fuimos a la función de tarde de un teatro a ver una obra totalmente insulsa. La acompañé a su casa y me despedí en la puerta a pesar de su insistencia en que podía quedarme, “que no pasa nada”, me dijo sincera.
            Cuando vuelve a nuestra ciudad de origen, seguimos viéndonos para “tomar algo“ y cultivar nuestra amistad surgida de un modo tan fortuito e inusual, según creo.
La considero encantadora, culta, refinada, pero eso sí, muda no es, aunque sí una excelente interlocutora.

Creada el 11.01.2011
José Teodoro Pérez: Autor-propietario