Proclama
un proverbio oriental que “para
conocer a alguien hay que meterse en sus zapatos”.
¡Qué difícil
nos resulta ponernos en lugar de otra persona, usar sus zapatos! Puede ser una locura, porque los zapatos tienen las medidas
de los pies de las personas que los usan que son distintas a las medidas de los
pies de otras personas porque durante un tiempo ha habido una adaptación recíproca
para que caminar sea algo grato y placentero al hacer que el individuo se
encuentre “cómodo en sus zapatos”. Si no comprendemos eso no sabremos valorar nuestra propia
horma, la que reúne
las condiciones de nuestros propios pies que difícilmente coinciden plenamente con las medidas que
corresponden a las que les son propias a otros congéneres.
Llevando
estas reflexiones a otros terrenos se observa la necesidad de un ejercicio de adaptación para entender los puntos de vista que son particulares de
cada cual, de forma que con ellos quedan definidas las personalidades
individuales y eso es algo que no puede modificarse y, que de ser posible quizá no nos corresponda el protagonismo de hacerlo. Solo con la
comprensión, el deseo de acercamiento y el
respeto es como se puede acceder a otras intimidades, utilizando el tacto como
método y el acatamiento de otros
criterios que pueden no ser convergentes con los nuestros o que tengan pocos o
ningún punto de intersección con los mismos, confirmando que cada uno poseemos “nuestras propias medidas”.
Meterse
en los zapatos de otro significa comprender, respetar, aceptar y valorar sus
convencimientos, sus modos de actuar porque de alguna manera, están en consonancia con los nuestros porque “nuestras hormas son compatibles”.
Creada el 25.06.2010
Autor-propietario:
José Teodoro Pérez